CIUDAD DE MÉXICO.- En medio de la actual incertidumbre internacional generada por los conflictos bélicos, los países no nucleares reclaman cada vez más un marco jurídico que describen como urgente y crucial para la gobernanza nuclear en el planeta, sostuvo la investigadora del Instituto de Física de la Universidad Nacional, Ana María Cetto.
En el Panel 1 Educación y ciencia para la paz, que forma parte de la Primera Semana Nacional de Cultura de Paz. Sembramos diálogo, cosechamos paz, indicó:
“La realidad es que existen intereses geopolíticos y financieros poderosos que operan en sentido contrario, lo vemos todos los días lamentablemente”.
Ante ello, prosiguió, hay que crear conciencia entre nuestra población estudiantil sobre los retos que se enfrentan en este terreno, pues debe ser parte de la educación y de la cultura para la paz.
En el encuentro -moderado por Mario Luis Fuentes Alcalá, coordinador del Seminario de Altos Estudios del Desarrollo- consideró que los retos significan también oportunidades. Para la UNAM es la posibilidad de brindar a los jóvenes una formación para contribuir activamente, mediante su profesión, a promover la paz y el desarme a través del diálogo y la resolución de conflictos.
En su oportunidad, el director de Cultura para la Paz de la Universidad Autónoma de Nuevo León, Francisco Javier Gorjón Gómez, apuntó que una sociedad educada es más proclive a ser pacífica; sin embargo, “abordamos la paz desde la violencia, por lo que el reto para el sistema nacional de educación superior es buscar las fórmulas que permitan generar contextos pacíficos de productividad y competitividad”.
Es decir, continuó, qué tan fructíferos somos como individuos dentro del tejido social. “Formamos profesionales en distintos campos del conocimiento, con habilidades y competencias profesionales, pero no de gestión de la paz. El reto es pensar, por ejemplo, cómo un ingeniero hace paz”.
Mencionó que 30 por ciento de los mexicanos hemos sufrido violencia; no obstante, existe falta de empatía porque el 70 por ciento restante lo ignora. Eso obliga a las universidades a trabajar en función de la transversalidad de la educación y de la cultura para la paz.
Hoy tenemos la oportunidad de que los tomadores de decisiones de nuestras instituciones adquieren conciencia del problema; aprovechemos esa sinergia y hagámoslo, sugirió.

Causas complejas
Al hacer uso de la palabra, Sylvia Schmelkes del Valle, investigadora de la Universidad Iberoamericana, resaltó que la enseñanza para construir paz inicia desde el nivel básico educativo y sería deseable que en universidades y bachilleratos los estudiantes tuvieran las habilidades para la gestión de conflictos.
Apuntó que la violencia tiene causas complejas, entre ellas corrupción, impunidad, debilidad del Estado, racismo, machismo, homofobia, desempleo –sobre todo juvenil– y falta de oportunidades educativas. Una de las consecuencias más graves es la cultura de la violencia, que es difícil desmontar; “se cuela en nuestras instituciones educativas y algunas la favorecen”.
Recalcó que para contrarrestarla es necesario conformar una cultura de paz. Es ahí donde cobran relevancia las instituciones educativas, pueden hacerlo o no, esa es una decisión institucional. Nos toca el papel de ser promotores de una cultura de paz y cada institución educativa tendría que tomar esa misma determinación, como la que asume en este momento la UNAM.
Como ciudadanos nos corresponde realizar múltiples cosas, entre ellas pedirle a las instituciones educativas que reflexionen sobre cómo se cuela la agresión al interior de las escuelas y qué debemos hacer para constituir la cultura de paz interna y formar a las personas que irán construyéndola hacia afuera.
A decir del académico de la Universidad de Granada, España, Francisco Jiménez Bautista, es necesario recuperar la cultura para la paz como una ciencia de la salud y hacer lo que se nos ha olvidado: el diagnóstico.
En el auditorio Alfonso Caso, el embajador Joel Hernández García dijo que no debemos normalizar el acoso escolar o bullying, la violencia en nuestras comunidades y en algunas partes del país, ni los lenguajes polarizantes que se dan en el discurso internacional.