La migración juega un papel determinante en el comportamiento demográfico de la población y su evolución en el tiempo. Sus efectos se expresan tanto en el crecimiento y la estructura de la población como en la forma en que ésta se distribuye en el territorio.

Los flujos migratorios se encuentran estrechamente vinculados a las condiciones de desarrollo social y económico, al mismo tiempo inciden en la dirección como estructura demográfica y en la magnitud de los diversos flujos migratorios tanto de tipo urbano, regional e internacional.

De acuerdo al INEGI, los cambios y composición en el perfil migratorio de la población mexicana está estrechamente ligado a características económicas, sociales y políticas del país.

Con la masificación de los flujos migratorios de México con dirección a Estados Unidos, nuevas regiones surgen como zonas expulsoras de migrantes.

A consecuencia de ello, varios estudios sobre la migración mexicana proponen cuatro grandes regiones de expulsión: la tradicional -histórica, fronteriza, central y sureste.

Las dos primeras se caracterizan desde principios de siglo, por mantener estrechos vínculos con los Estados Unidos en términos económicos como receptores de remesas individuales y colectivas. En lo social con el establecimiento y formación de diversas redes familiares. En lo político con la migración documentada y doble ciudadanía.

Mientras que en las dos últimas regiones central y sureste se incorporan los flujos migratorios, principalmente a partir de la década de los ochenta.

De acuerdo a estos datos, la mayor participación de emigrantes mexicanos con dirección a Estados Unidos se concentra principalmente, en la región tradicional y la región fronteriza, seguidas de la región centro y sureste del país.